Fotografía de Víctor Carrillo
Cuando la luz de las 7 de la tarde al otro lado de la ventanilla,
cabría pensar que la vida no es tan terrible.
Que aún queda leer y las fotos,
pasear con la vista puesta en la parte alta de los edificios
o imaginar historias de otros en un balcón abierto.
Pero irremediablemente acontece un echar de menos
el abrazo de mamá y esconder la nariz
en la camiseta de Él.
Porque Ella sabe que llegará a casa de noche,
que en la otra ciudad hará frío,
que el metro tardará más de lo que debiera...
Y luego el desierto y el trabajo.
Que la habitación se llene de silencio
y después el aire en la faringe y el estómago.
Y no saber que existen las 7.00 pm
ni mamá ni Él.
Ni Ella.
Que tan solo los nervios entre los dientes
y quizás (acaso) una llamada inoportuna
-pero inesperada-
y una habitación que explota
-sin motivo aparente-.
Son tan terribles las 7.00 pm que
si no existieran
Ella olvidaría cómo mirar.